Cuando menos lo esperaba, la necedad juvenil la hizo sufrir.
Sentía que existía un abismo y no sabía como enfrentarlo; buscaba respuestas.
Fue entonces que decidió ir a la montaña, y allí, esperar.
El ascenso fue difícil con lugares en donde faltaba la luz y se preguntaba, cuál era la mejor dirección?
Su paso firme la llevó a la cima; allí el viento suave y amable comenzó a susurrarle.
Lentamente, su alma se aquietó, su cuerpo encontró equilibrio junto a la mente. Se dejó mecer por la brisa, y logró clarificar sus pensamientos.
Descubrió así, en ese encuentro interior, que si lograba la domesticación de lo pequeño, cada paso la llevaría a paliar su dolor encontrándose con la luz.
María Silvia Rodriguez 13/11/2012
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